Entiendo tu pasión por las tostadas mañaneras con mantequilla y mermelada de fresa. Entiendo esa sonrisa inoportuna que aparece siempre en los funerales y esas lágrima de rabia cuando se te atasca el ordenador. Entiendo tu ojeras de pasar las noches contándole tu vida a cualquier loco, y también entiendo ese amor hacía él. Entiendo el color de tus ojos y el de tus mofletes cuando has bebido más de la cuenta. Entiendo ese susurro de noches formulado solo para romper el silencio y ahuyentar la soledad. Entiendo también tu mechones; los rubios, los castaños, los que se enredan y te duelen, los que van por libre, los que vuelan y los que caen suavemente. Entiendo cuando cierras los ojos y abres los brazos. Entiendo esas cartas de amor que nunca vas a darme y esos poemas quemados el invierno pasado para darle fuego a la chimenea. Entiendo tu miedo por la muerte, y por la vida. Entiendo esos pies que tanto intentas ocultar y esas manos que nunca paran quietas. Entiendo tus sábanas al despertar y la almohada por el suelo de tanto dar vueltas. Entiendo tu amuleto de Mickey Mouse y tu piercing en la lengua. Entiendo cuando miras, cuando escuchas y cuando, raramente, haces ambas cosas a la vez. Entiendo tu sagrado rock n' roll, tus gorras de marca y todos tus miles de skates. Entiendo tu pelo rebelde que no te vas a cortar, tus DC talla 42 y esa camiseta que tanto odio de Los Angeles Lakers. Entiendo tus labios morados cuando hace frío y tu Harley Davidson de 250 cilindradas. Entiendo tus ojos rojos por el cloro, tu moreno paleta a principio de verano y tu nuevo tatuaje con el nombre de tu perro.
Entiendo que yo sea tu segundo plato, pero tu entiende que eres mi octavo.

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