Te escribiré cartas cada día.
Te contaré cómo me va el puñetero curso mientras mi vida social va disminuyendo a una velocidad de vértigo.
Que me gusta el nuevo grupo de amigas con las que voy.
Que los cambios también pueden ser buenos si sabes cuando hacerlos.
Y me comeré esa carta, que quemar-la ya está muy visto y, yo, no quiero ser tan normal.
Comerme todas mis palabras para que vuelvan a mi y que sigan doliendo.
Y algún día en que me levante con el pie izquierdo delante de un gato negro y con un paraguas abierto en la habitación, entonces, me iré.
Lejos, muy lejos.
Pero siempre te llevaré conmigo, eso te lo prometo.
Cuando sea una viejita arrugada felizmente casada con el hombre de mi vida, de vez en cuando, aparecerá tu cara, y sonreiré mucho.
Y el viejecito arrugado de al lado refunfuñará
"vaya mujer, después de 60 años pensando todavía en el rubio que se llevó la mitad de su corazón."
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