Un hombre que se cuelga del puente. Las piernas le quedan suspendidas en el aire. Debajo, un oscuro final, detrás, vehículos cada vez más enfadados por culpa de ese loco que ha dejado su mercedes en medio de la carretera impidiendo el paso. Gente que se pregunta como una persona con un coche así no puede querer su vida. Gente materialista seguramente. Pero no reacciona a los insultos y, poco a poco, su tercera botella de whisky llega a su final.
Sigue ahí. Debe llevar ya una hora imaginándose su destino. El mercedes ha quedado destrozado y apartado por los conductores mientras él empezaba ya su sexta botella.
Cierra los ojos. Pierde estabilidad. Los abre. Su cuerpo baja. Sigue bajando y piensa que, ahora mismo, se conformaría con un trago y un sofá. Y con la botella vacía en la mano, muere bebiendo.
Muere. Y con un único testimonio; el puente. Un puente que seguramente ha visto muchos otros suicidios. Muchos hombres que también han acudido a él. Y, ni siquiera el puente donde, con alegría y una botella de agua en la mano se sentaba y contemplaba ese paisaje.. No, ni siquiera él le va a recordar.

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