Era bonito, lo admito. Me había creado una especie de coraza anti-males que funcionaba de maravilla. Me auto daba lo que quería cuando quería. No existía margen de error a posibles hijos de puta. Porque el arte de vivir detrás de una coraza es similar al de una canción. Lo malo es que no pertenecía a ningún lugar. Aunque al fin y al cabo, nunca estamos donde habíamos planeado estar. Ni con quien pensábamos pasar la vida. Y yo. ¿Yo? Yo me paso la vida retransmitiendo frases de un libro que me tendría que haber leído hace mucho tiempo y que ahora ya no parece tan real. Aunque me siga pareciendo largo. Y me canso hasta de leer mi nombre. Aunque eso es quizás por aburrimiento y no por cansancio. Porque me cuesta admitir que me he acostumbrado a esta monotonía. Pero es fácil acostumbrarse al vacío. Ocupa tan poco que ni molesta. A veces.
Joder, si es que era yo la que te convencía del inminente final y ahora no me cabe en la puta cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario